martes, 12 de octubre de 2010



Nadie debería confiar en lo que digo. Escribo. Con lo cual, hace tiempo que perdí la noción de lo que es real de lo que no. Mezclo cosas. Porque tras haber sido tantas personas, tras haber sufrido y disfrutado tantas cosas, yo siento que...

tengo que protejer lo único que es mío a cualquier precio, ocultarlo para que no se contamine pues

si perdiera mi propia referencia perdería también mi brújula en estos mundos.

Porque las palabras dan vida, crean, y nosotros somos creadores. Puede que no sea real en el sentido extricto de la física, puede que la ciencia aún no haya probado que lo que se cuenta existe (aquí o dónde sea)

pero


os puedo asegurar que, de alguna manera, las palabras tienen poder y


así como aceptamos muchas cosas que no hemos visto ni tocado (la libertad, el miedo, el amor, el pasado que desconocemos, las nuevas leyes de la ciencia que serán desbancadas por otras nuevas dentro de un siglo...)

las letras nos engañan, las letras crean mundos que no (aparentemente) pueden existir.


Así es.




No odiéis a los que hacemos esto, pues al escribir damos vida y la quitamos, a nosotros que nos adentramos al interior de las personas y los sucesos, que navegamos por oscuros ríos sin otra guía que nuestra voluntad.

Si no fuera por el refugio de las palabras, decidme...


(si alguno se atreve)


¿qué sería de todos nosotros?



Y sin embargo, repito, no es buena idea fiarse de una escritora o de un escritor.



Pero no os quejéis luego, queridas, queridos... desde el mismo momento en que empezastéis a leerlos (a leerme) entrásteis en el juego...




4 días.

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