domingo, 10 de octubre de 2010

Tooka.   10/10/10   


 Sonido I: Aves de pico metálico


Primero sólo existe un sonido.
            Bum. Bum. Bum.
            Suena con tanta fuerza que puedo sentir como mi cuerpo se estremece a cada nuevo golpe.
            Bum. Bum. Bum.
            Es un sonido perfecto, sincronizado, no hay ni un antes ni un después, simplemente…
            Bum. Bum. Bum.
            Es agradable. Y tan poderoso, que podría mover el mundo y a todas sus criaturas, o al menos así lo siento yo.
            Tardo tiempo en darme cuenta de que se trata de mi propio corazón.  
Nuevos sonidos llaman mi atención:
            Un silbido mágico, a ratos graves y a ratos agudo, que de improviso se transforma en múltiples crujidos, como vocecillas que forman un coro. El viento que juguetea entre las hojas.
            Una risa, fresca, que nunca se detiene, pero que se modula constantemente. Un sonido escurridizo e imposible de atrapar. Imperecedero. Es el  río de las piedras amarillas y bulle con los chapoteos de la alegre trucha arco-iris en su interior.
            Entonces siento algo cálido y huesudo que se aferra a mi mano. Tengo un nuevo estremecimiento… enseguida me tranquilizo. Luna de los espíritus pretende llevarme a algún sitio.
            Me dejo conducir sin miedo.
            Un roce seco, vacilante, a veces más fuerte o más débil, el de mis tehuas* al andar. Los suyos apenas puedo escucharlos, un leve soplo entre la hojarasca, como si sólo rozase el suelo. ¿Es así como andan los espíritus…?
            Caminamos un rato más.
            De repente, el río canta su canción de vida más fuerte, acompañado por tantos sonidos, que casi me siento agobiado al tratar de distinguirlos a todos:
            El canto agudo del pájaro de plumas amarillas y de los pequeños pajarillos pardos le responden sin cesar. El aleteo de sus plumas gráciles que pueden llevarlos hasta las nubes. Las crías pían desde sus nidos, pidiendo comida, quieren crecer pronto para poder volar. Los viejos árboles, que respiran cansinamente entre crujidos de madera seca. Unos toques rápidos y asustadizos, tal vez un pequeño zorro gris que regresa apresuradamente a su madriguera, huyendo de la molesta luz del sol. El zumbido constante, signo de trabajo duro y dulce recompensa. Un sonido que recoge la alegría de cientos, en un himno común. El panal de abejas cercano. Un rugido lleno de orgullo, el de un cola corta* que domina en las profundidades del bosque. Le temo, a pesar de que sé que está muy lejos. Pero enseguida le interrumpe un chillido mucho más poderoso: un águila, que puedo sentir planeando sobre nuestras cabezas, trae consigo frío de las montañas del norte. Sonrío. Luna de los espíritus debe haberla llamado para que nos proteja en nuestro improvisado viaje.
            Todo esto se confunde en un único sonido, el latir del corazón del bosque, el zumbido de la vida.
            Aunque poco a poco esta maravillosa melodía se va debilitando. La risa del río suena cada vez más lejana, y ahora es sólo un murmullo. El pájaro de plumas amarillas ha volado lejos, llevándose a sus ruidosos aduladores.
Ahora nuevos sonidos. El de las cigarras, que parecen muy afanadas en producir su canto, sin percibir lo monótono que resulta. Después se escucha el sonido del viento. Pero ya no es un viento indómito que sobrevuela por encima de las altas copas de los árboles, tratando de alcanzar la morada de Kitzihaiata*. Ahora que ha descendido al suelo, se arrastra servilmente por los hierbajos y juguetea entre mis tobillos.
Crujidos de madera. No el agradable respirar de los ancestrales árboles, sino el triste golpe de una madera muerta y seca. Un agua se remueve con el aire, pero es sonido sordo, de agua estancada, prisionera. Discreto lamento. Un bufido y pequeños sonidos metálicos. Sin duda un caballo viejo atado a un poste. Estos sonidos ya no son libres y grandes como los de antes, sino modestos y reprimidos. Incluso los pájaros parecen cantar con reparos, incómodos, apenas unos pocos chillidos sueltos que carecen de armonía.
            ¿Dónde estoy?
            Luna de los Espíritus anda más rápido. Ya puedo escuchar sus pasos con claridad. Ahora que estamos fuera del bosque tiene que caminar por el suelo. Me hace pasar por algo estrecho, y yo empiezo a incomodarme. ¿Dónde estamos…? Voy a hablar, pero de mi garganta sólo sale un débil quejido…
            ¡Acabo de escuchar otro sonido!
            Es muy extraño y horroroso. Chirriante, que se fragmenta con fuerza y luego se recompone, una rarísima melodía ensordecedora que no tiene ninguna lógica y me desagrada. Sobre todo, porque no pertenece a las cosas que conozco, ya que nunca en la vida he escuchado aquello que la produce. Además, un sonido desconocido es sin duda señal de peligro. Y me hace ponerme alerta inmediatamente.
            Abro los ojos, y entonces el hechizo se rompe.
            Al principio no veo nada. El sol, potente en la Luna en que los días se alargan*, me da de lleno, así que he de cerrarlos de nuevo. Me restriego el rostro con fuerza y pruebo otra vez.
            Estoy… estoy encogido junto a la pared de un gigantesco utinekane* ceremonial de hombres blancos, aunque ni siquiera sé si puedo llamarlo así, ya que ellos ni se molestan en encender el fuego sagrado*. Hay muchos utinekanes vivienda  rodeándome, y me dan miedo. Las curiosas aberturas que poseen por doquier me parecen centenares de ojos mirándome. El bosque parece muy lejano, y la tierra que piso es árida. Y ese horrible sonido me está volviendo loco…
            Luna de los espíritus! ¿Qué…? –pregunto en un susurro.
 Aunque nos encontremos bajo el resguardo del muro y escondidos, no dejo de comprender que estoy en medio de una población de hombres blancos, donde probablemente no seamos muy bien recibidos, y menos en medio de una de sus ceremonias sagradas.
            Pero al mirarla se me escapan las palabras. Ella está con las manitas agarrada al muro, y los ojos fijos en la pared, muy quieta, callada, expectante… casi… ¡casi como si le gustara! Por un momento la sorpresa me inmoviliza. Ella vuelve a agarrar mi mano, y noto que la suya está temblorosa. Me la aprieta. Está diciéndome: “Es maravilloso. Es maravilloso… ¿No puedes entenderlo?
            -Lo único que entiendo, es que, como no nos vayamos pronto de aquí, tendremos problemas –musito. Me levanto, y tiro de ella-. Vamos…
            Pero se niega, aferrándose a la pared. ¿Cómo puede gustarle ese sonido tan horrendo? Es como si un millón de pájaros de pico metálico graznaran a la vez, constantemente, sin permitirse si quiera un descanso. ¡Es agotador! ¿Y eso era lo que quería enseñarme? Me siento algo decepcionado. Cuando vino hace un rato, orgullosa de su descubrimiento, yo pensé en algo grande. Un sonido realmente maravilloso. Pero… el nido de pájaros metálicos que tienen los blancos en su utinekane de ceremonia… ¡parece la broma de un manitú*  travieso!
            La arrastro. Por mucho que se resista, su cuerpo es pequeño y débil, apenas unos finos huesecillos cubiertos por una capa de enfermiza piel. La obligo a seguirme. Empieza a gruñir, contrariada.
            -Shhh… silencio… ¿quieres que nos descubran? –intento taparle la boca con la mano. Quiere morderme, se enfada, y empieza a berrear-. ¡Silencio! –estoy tratando de escabullirme del viejo campamento de los hombres blancos. Si nos oyen nos meteremos en un lío. Menos mal que ya he estado otras veces aquí, y sé que la salida está cerca. Tenemos que regresar al bosque cuanto antes…
            De repente oigo unos pasos. Los tehuas de los hombres blancos son duros y muy ruidosos. Pero eso significa también que nos han descubierto. Me vuelvo, contrariado. Tres niños. Más pequeños que yo. El más alto no me llegará ni a la nariz, eso seguro. Han debido de oír a Luna de los espíritus, y ahora que nos han visto, se detienen a una distancia prudencial.
            Nos miramos. Clavan en mí esos ojos tan claros que tienen. Sus pieles son de un blanco enfermizo como la de Luna de los espíritus, pero el fuerte sol de esta Luna* las pone de un color rosado, hasta rojizo. Tienen manchas en la cara, puntitos naranjas, y sus narices son demasiado largas. Su pelo es color tierra del camino, y corto, como si sus padres hubieran muerto, aunque ya sé que no es así. Visten ropas pesadas, sin adornos ni tejidos protectores. Son feos. Y en sus ojos distingo la hostilidad. Pero no pienso apartar la mirada. Porque noto su desafío. Al final uno de ellos, el mayor, el único que me mantenía la mirada, mira hacia otra parte. Suficiente. Me doy la vuelta. Sólo pretendo regresar a casa con Luna de los espíritus, que al darse cuenta de que hay gente se ha quedado totalmente paralizada. Ahora sí que tengo que arrastrarla de verdad.
            Andamos un par de pasos. Oigo a los niños blancos hablar detrás de mi espalda. No puedo distinguir lo que dicen. Ni una palabra. Sólo sus vocecillas agudas, como el chillido de una fea zarigüeya. Entonces Luna de los espíritus gime. Suena algo que acaba de caer al suelo. Inmediatamente me doy la vuelta. El niño mayor aún tiene la mano levantada y sonríe con sorna. Acaba de tirar una piedra a Luna de los Espíritus. Le miro rabioso. Ahora, el pequeño, que hasta entonces había estado agachado como buscando algo en el suelo, le lanza otra piedra a mi amiga. Por supuesto, ella no puede esquivarla, y le da en un brazo. Empiezo a ponerme furioso.
            -¡Eh, dejadnos en paz! –procuro que mi grito suene lo más amenazador posible, puesto que sé que no pueden entenderme.
            Pero se ríen aún más. Y ahora también me tiran piedras a mí. Ya no son tres niños, cuento siete. No estoy seguro de cómo actuar. Sé que debo marcharme de una vez. Estos pequeños diablos blancos pueden volverse peligrosos, además me han pillado en su campamento.
            Uno ha conseguido dar de nuevo a Luna de los espíritus en la cabeza, y parece que la herida sangra. Ella, que ni siquiera sabe de donde le ha venido, está asustada y se echa a llorar. Y ese horrible silbido metálico que no cesa… y las risas crueles de los feos niños blancos…
            No sé como ha ocurrido, pero de repente estoy encima del mayor -que lanzó la primera piedra a Luna de los espíritus- golpeándole con todas mis fuerzas. Al principio se revuelve debajo de mí, pero ni sus puntapiés ni sus débiles puños pueden hacerme daño. Me agarra del pelo y tira de él, yo le meto un buen puñetazo en la cara. Los otros niños me rodean, sólo veo caras, rostros hostiles, que se ríen y me señalan. ¡Los odio! ¡Y no puedo soportarlos! Sigo golpeando, cada vez con más fuerza, como si así pudiera borrar todas aquellas caras sonrientes de una vez. El chico tiene el labio partido, ahora parece más asustado. Disfruto sintiéndome superior. Y no pienso parar ahora. Sólo veo la sangre en la frente de Luna de los espíritus.  Rabia. Otra gente nos rodea,  pero ni me doy cuenta. Sólo cuando siento como me agarran de los brazos a la fuerza, mientras que el chico que hay debajo de mí solloza muerto de miedo, yo… puedo ver su rostro manchado de sangre también. Al fin la horrible música ha cesado, y experimento algo parecido al alivio. Intentó sin éxito deshacerme de los brazos que me aprisionan, me revuelvo. Hay varios hombres blancos fuertes a mi lado, que me gritan y me zarandean. Pronto me doy cuenta de que poco voy a poder hacer contra ellos. Los niños corren hacia las mujeres blancas, que también están allí, pero a cierta distancia. Se refugian en sus faldas. ¡Cobardes! ¡Me han tendido una trampa! Y en las miradas de todos… ese miedo, ese desprecio… la absoluta repugnancia con la que miran a Luna de los Espíritus, que solloza encogida en un rincón. Grito, me revuelvo furioso. El hombre que me sujeta me golpea en la cabeza. Veo borroso, todo vibra. Ahora está diciendo algo. Entiendo la palabra niño, hijo y maldito, porque son las que más repite.
Luna de los espíritus ya no solloza, gime desesperada. Otros hombres se han acercado a ella, pero parece que no se atreven a tocarla.   
            -¡De… dejadla en paz! –sé que no pueden entenderme-. ¡Dejadla en paz o tendréis que véroslas conmigo...!        
 No dejo de revolverme, hasta que un segundo hombre me pega otro golpe, esta vez en el estómago, que me corta la respiración. Siento que las rodillas me fallan. Pero el que me sujeta me tira del pelo con fuerza, para obligarme a levantar. Aúllo de dolor sin poder evitarlo.  Impotencia.




 *tehuas: mocasines.

*cola corta: oso.

*luna en que los días se alargan: verano. 

*utinekane: casa de verano de forma rectangular.

*fuego sagrado: por tradición kickapú el fuego es símbolo de Kitzihaita y debe ser conservado siempre encendido en cada casa. 

*manitú: pequeño espíritu de la naturaleza, no necesariamente malo, en ocasiones bastante bromista. Suele estar ligado a plantas o animales. 

*luna: mes. 



  
 

1 comentario:

Niwa dijo...

Me gusta, me gusta.

Aunque con retraso, al fin consigo encontrar un ratito para comentar el esperado relato.
Tienes un estilo fluido, que se hace muy ameno y fácil de leer, sin descuidar para nada los detalles o la redacción. Además, me encanta la situación que planteas y que introduzcas expresiones como "cola corta", porque le da mucho realismo a la narración.

Pero dejando a un lado este comentario de texto que te acabo de improvisar (las clases empiezan a afectarme más de lo que pensaba xD), sin duda la historia promete mucho, así que espero ver la continuación pronto porque al menos a mí, me has dejado con ganas de saber algo más sobre Luna de los espíritus.


PD: Creo que la diferencia de España con otros países que tienen unas raíces mucho más claras, más "puras", por decirlo de alguna manera, no es que no conozcamos ese origen, si no que precisamente nuestro origen está en el mestizaje.

Los Tartessos, que en este momento son los únicos que me vienen a la mente a los que podríamos llamar autóctonos, desaparecieron por completo.
Así que de alguna forma creo que no somos más que el resultado de mezclar muchas, muchas culturas e influencias a lo largo de muchos, muchos siglos. Y la verdad es que la idea me encanta porque, aunque lo hayamos olvidado todo, nos da una riqueza con la que otros no podrían ni soñar.

¡See ya!