viernes, 15 de octubre de 2010




No fue buena idea follar con alguien a quien yo amaba pero que no me correspondía.

No soy una cría, ¿vale? Sé de que va el rollo. Sé que cuando llega el invierno y hace frío, se juntan los cuerpos para soportarlo.

Tampoco espero que, sólo por haber tenido sexo con alguien, esa persona tenga que quedarse a mi lado por toda la vida, o que tengamos que amarnos profunda y verdaderamente hasta que la muerte nos separe.

El sexo es diversión, desahogo, placer, curiosidad, descubrimiento.

Pero hacerlo con alguien que te gusta de verdad y que no te corresponde... bufff. Acabas jodida, y no sólo en ese sentido. Os lo aseguro.

¿Por qué?

Estábamos en mi casa. Por qué, ni lo recuerdo. Venía a buscar unos apuntes de la universidad, me traía un libro que necesitaba... yo que sé. El caso es que acabamos hablando. En el salón. Sentados en el suelo, frente a las cortinas, con los visillos echados. Hacía sol, el sol de la tarde temprana, que iluminaba el suelo y hacía resplandecer a la madera. El otoño se imponía, pero a esa hora, en ese rincón, aún era verano. Me dijo que era virgen; no es que le importara mucho el hecho, bueno, no demasiado, pero es que tenía ya 18 años...  y bueno, en fin, a veces le avergonzaba reconocerlo. Porque ya era todo un hombre, ¿no? Yo escuchaba, alegre en mi interior, no sé por qué. ¿Novias? No, ninguna, aún no había conocido a la chica adecuada. No, no estaba esperando a tener sexo con esa supuesta chica. En realidad el sexo y encontrar novia eran dos cosas totalmente diferentes para él, y que no tenían por qué ir juntas. Lo de la novia, por ejemplo, no le agobiaba especialmente, de hecho prefería esperar. Pero lo del sexo... la masturbación ayuda, claro, pero llega un momento en que uno se cansa, en que uno quiere cambio, novedad, comunicación.

Entonces sentí que era mi oportunidad; con una alegría amarga me estremecí en mi interior; mirándole luego a los ojos, le dije, bueno, eso puedo solucionarlo yo, quiero decir, puedo echarte la mano con ese asuntillo.

¿Tú?

Clavó sus grandes ojos negros en mí. Brillaban con sorpresa. Por un momento temí que fuera a rechazarme, o a reírse, dejándome en el más absoluto de los ridículos. Me moría de sólo pensarlo. Pero no, nada de eso, permaneció serio.

¿Harías eso por mí?

Sí, dije yo, en voz alta, mientras algo se me clavaba dentro, la tristeza, el dolor, la humillación.

Pero de verdad quería seguir.

Me desabroché la camisa, y me la quité. Luego el sujetador. Le miré. No me quitaba los ojos de encima, escudriñaba con científico interés cada centímetro de mi torso. Evaluando. Y deseo. Podía verlo en sus ojos.

No se decía a moverse. Simplemente me contemplaba, como un niño contempla un dulce tras el cristal de la pastelería.

Me acerqué un poco, cogí su cara entre sus manos, y acerqué la mía. Su olor. Un olor a jabón y al suavizante de la ropa. Y a champú. El cabello que le caía a ambos lados del rostro olía a champú. Apoye mi frente en la suya, aspirando el delicioso aroma; sólo con eso ya me excitaba.

Él me besó por primera vez. Fue un beso torpe, seco, tímido. Entonces le besé yo, buscando su lengua, animándole a seguir, mientras colocaba sus manos en mis pechos, que ansiaban su caricia.

Las dejó ahí un rato, mientras seguía explorando mi boca, pero luego empezó a moverlas un poco, aquí, allá.

Se le puso dura muy rápido. Antes de que quisiera darme cuenta, le tenía encima (el suelo estaba duro) besándome frenéticamente, estrujándome el pecho, golpeando sus caderas contra las mías entre jadeos. Ya no era sólo deseo, me ansiaba, me quería a toda costa, en ese preciso momento era todo en su mundo. Pero no yo, mi persona, sino la mujer, el cuerpo que yo era, el trozo de carne contra el que podía restregarse para aliviar su excitación.

Yo, que como una estúpida había soñado mil veces con ese momento...

Pero seré la primera, pensé, al menos seré la primera. Y no me olvidará. Sí, eso me decía mientras me bajaba las bragas sin quitarme la falda, y hasta me tomaba la molestia de desabrocharle los pantalones. Estaba tan excitado como esperaba, su pene estaba tan duro y caliente que temí que fuera a correrse ahí mismo, entre mis manos, y no termináramos lo que estábamos haciendo. Así que, entre sus gemidos, lo conduje hacia mí, buf, estaba jodidamente húmeda. Se deslizó fácil, y él gritó, me aplastó aún más contra el suelo. Pero supo contenerse.

Con los ojos cerrados, buscando sus labios, empecé a mover las caderas, marcando el ritmo. Pero pronto él fue quien controló la situación. Con fuertes embestidas me hizo suspirar, e incluso gemir. Follaba jodidamente bien para ser virgen (¿o era que yo estaba demasiado excitada?) el dolorosamente placentero roce del principio, era como una llave que da vueltas y pone en marcha un mecanismo mucho más complejo, que hace que todo tu cuerpo se convulsione, se deshaga, se queme.

Durante un instante hasta logré olvidarme de todo.

Después de que se hubiera corrido, permanecimos abrazados unos instantes, intentando recobrar la respiración. Tenía los ojos cerrados. Aún estaba lejos.

Escuchamos la llave girar en la puerta, y fue como una predicción terrible. Todo se fue, mientras el se separaba de mí con rapidez, desinterés, como si nunca hubiéramos estado juntos, y se subía los pantalones.

Sólo un rubor en sus mejillas. A parte de eso, nadie diría que hubiera podido ocurrir algo interesante en ese salón, ya en penumbra.

Mi madre entró, y nos vio sentados. Yo tenía la falda cubriendo mis piernas, mi muslos húmedos aún de su semen, y sintiendo esa incómoda y a la vez vergonzosa sensación, contesté sin turbarme sus preguntas.

Él no habló en ningún momento. Mi jodido amor de infancia, no tenía ni palabras para mí. Nada. Sólo silencio.

Humillación.


http://www.youtube.com/watch?v=QhJ6bE4z5vs

2 comentarios:

Niwa dijo...

Me has dejado sin palabras.

Si te soy sincera tus entradas consiguen que se me ocurran cientos de temas que me gustaría comentar o bien me dejan en blanco. Esta es una de las segundas.
Es todo tan crudo y tan natural... En este momento puedo ver sin problemas a la chica frente a mí.

Creo que mañana volveré a leerlo y te dejaré un comentario mejor ^^


PD: Vaya, hacía mucho que no escuchaba nada de Papa Roach... Interesante.

PD2: Muñeca de Trapo es el primer relato que logré terminar y en su momento, del que más orgullosa me sentí durante mucho tiempo. Ahora lo releo y le encuentro cientos de fallos, de expresiones que me gustaría cambiar y cosas así.
Sin embargo me alegro de que te guste, pensé que ya nadie leía los relatillos (hace demasiado que no escribo nada nuevo >.<), así que me hace mucha ilusión saber que no caen en el olvido. Y también me alegro de que te moviese algo por dentro, eso significa que no lo hice tan mal después de todo ^^

Mew dijo...

Joder, por fin es viernes y dispongo del tiempo que mi cuenta de horas de sueño pendientes me fíe para comentarte algo. A ver, iré con calma y por orden, de momento voy a centrarme en lo que has escrito hoy.
Bueno, antes de empezar podría soltar algo como un "wow mujer, cómo cuentas algo así", pero entonces daría por hecho que:
1)Es un hecho real y no un producto de la explosiva combinación de tu mente y tus dedos.
2)Hay que censurar según qué cosas. Y qué coño, ¿acaso no parezco un político de tanto predicar que no hay que dejarse influenciar por los estándares que hemos marcado absolutamente para todo? Pues eso. Si nos apetece, romperemos moldes.

Ahora sí, aclarado este punto, puedo empezar con mi larga disertación (preveo que este comentario será extenso, ten a mano un buen sobre de AntiCansancio 650mg). Volvemos a un tema sobre el que, al menos yo, he cambiado mi punto de vista en muy poco tiempo y de una forma demasiado rápida, de la noche a la mañana como quien dice. Amor y sexo. Amor. Sexo.

Ni siquiera la educación más progresista (o sino la que más, una de las que más) ha conseguido que la niña que comienza su andadura por la vida no haya soñado nunca con ser una princesa. No ha logrado estimular su imaginación a la hora de relacionarse con sus coetáneos en los juegos infantiles, puesto que ella siempre ha preferido ser salvada que salvar, escapar que afrontar el problema, ponerse a salvo junto con sus preciosos muñecos que imitaban a un bebé recién nacido que enfrentarse a los monstruos imaginarios que asolaban los patios de recreo de la infancia. Y cuando creció, más de lo mismo: Siempre soñó que su príncipe azul llegaría, ésa persona con la que pasar el resto de su vida, tener hijos y, en definitiva, ser feliz. Qué bonito, ¿no?

Pues NO. A esa niña le vendieron mentiras porque a los señores príncipes azules en ciernes les metieron en la sesera una educación que distaba mucho de los refinados modelos de la aristocracia que ella esperaba. Pero espera... eso tenía solución. En la propia solución de la leche que la niña tomaba en el biberón añadieron también una gran dosis de paciencia y perdón. Asunto arreglado.

Buargh. No puedo evitar las ganas de vomitar, porque esa niña hemos sido tú y yo. Has (y he) nacido "destinada" a que te enseñaran que tenías que pensar de una determinada manera. A ser paciente, educada, humilde, discreta... no lo sé, es una lista tan extensa que me pongo enferma de sólo pensarlo. No sé cómo ni tampoco quién, pero, chica, han pisado terreno sagrado. Han pisado la mente de las personas. De las féminas. Oh, y cuando te das cuenta de eso... te sientes quemada, muy, muy quemada.

Podría decirte que no creo en el amor, pero sería en un tipo muy específico de amor y tendría más que ver con lo que se espera y se vende hoy en día que con el sentimiento propiamente dicho. Y, sinceramente, después de tanto tiempo sería un marciano si no hubiese experimentado la sensación de decepción a la que haces alusión en tu entrada. El amor es decepcionante, sobre todo los primeros. Lo esperas todo y recibes... ¿el mínimo esfuerzo? Algo así. Por eso, y por un montón más de razones que quizá si te las pusiera por escrito perderían su fuerza y significado (debido a que no sabría plasmarlas bien, no por otra cosa), por eso, ahora, el amor es un concepto que a mí, por lo menos, me queda muy lejano.

Las relaciones son una forma compleja de abrirte al resto de seres de tu especie, tengan sexo, amor o ambas cosas a la vez. Pero si las mezclas y no sabes medir bien las dosis, patapum. Peor que dejar suelto a un pulpo furioso en un laboratorio de química.

Claro que eso sólo es aplicable en el caso de los hombres... Con mujeres ya es otro cantar.